jueves, 15 de octubre de 2015

Esta es la historia de José, uno de los doce hijos de Jacob (Israel). No era el mayor, era el número once. Su asombrosa aventura nos descubre que a pesar de llegar a ser un personaje importantísimo en la corte del faraón de Egipto, tenía un  corazón que sabía perdonar. Él consiguió para todos sus hermanos y familiares una larga prosperidad en aquel rico país.
José era el hijo predilecto de su padre, Israel, y por eso sus hermanos le tenían envidia. A veces les contaba extraños sueños como éste: “Estábamos todos los hermanos en el campo atando haces de espigas cuando vi que se levantaba mi haz y se tenía en pié, y los vuestros lo rodeaban y se inclinaban ante el mío, adorándole”  Ellos le contestaban: “¿Es que vas a reinar sobre nosotros y vas a dominarnos?”
Otro día les decía: “mirad, he tenido otro sueño, he visto que el sol, la luna y once estrellas me adoraban” Ellos pensaban: “¡Qué soberbio!”. En el fondo le detestaban.
Un día, su padre le envió al campo para ver si todos sus hermanos, que estaban cuidando el ganado, se encontraban bien. Cuando lo vieron acercarse  dijeron: “Aquí viene el soñador, vamos a matarle y lo arrojaremos a uno de estos pozos y diremos que le ha devorado una fiera; así veremos de qué le sirven sus sueños” Pero Rubén, que era el mayor y quería salvarle dijo: “No lo matéis, arrojadle en ese pozo que no tiene agua” Sus hermanos lo apresaron, le quitaron la túnica, que se la había regalado su padre, y lo arrojaron al pozo luego se pusieron a comer tranquilamente.
Pasó por allí una caravana de camellos que se dirigía a Egipto y entonces Judá, otro de sus hermanos, preocupado por José y temiendo que muriera tuvo una idea mejor: “Vamos a vendérselo a esos mercaderes, pues al fin y al cabo es de nuestra misma carne y dentro del pozo se morirá sin remedio” Todos lo vieron acertado y lo vendieron por veinte monedas de plata. José fue llevado como esclavo al país de  Egipto.
Luego tomaron la túnica que le habían quitado y la mancharon con sangre de un cabrito, y cuando llegaron a su casa dijeron a su padre: “Mira, a José le ha devorado una fiera” Cuando Israel reconoció la túnica de su hijo y la vio manchada de sangre, creyó la historia y lloró y se entristeció muchísimo pues quería a José con todo su corazón.
Al llegar a Egipto los mercaderes vendieron a José al ministro del faraón y jefe de la guardia que se llamaba Putifar.
José entró al servicio de Putifar  y, enseguida, éste comprobó que todo lo que hacía José prosperaba muy rápidamente porque Dios le favorecía, de tal modo que le nombró mayordomo de toda su casa y estaba muy contento con él. Pero la mujer de Putifar —que era mala— acusó falsamente a José de pretender atraerla y Putifar lo metió en la cárcel donde estaban encerrados los prisioneros del faraón.
Dios favoreció también a José dentro de la cárcel y todo lo que hacía igualmente prosperaba, por eso el jefe de la cárcel le encargaba muchas cosas y tenía gran confianza en él, más que en los otros presos.
Y sucedió que, por aquel tiempo, fueron encarcelados el jefe de los coperos y el jefe de los reposteros del faraón y llevados a la misma cárcel donde se encontraba José.  Una noche tuvieron ambos un extraño sueño, cada uno el suyo, y cada sueño de distinta significación: José los encontró tristes por la mañana y les preguntó: “¿Por qué tenéis tan mala cara?” Ellos le contestaron: “Hemos tenido un sueño y no hay quien nos lo interprete”. José les dijo:” ¿No es de Dios la interpretación de los sueños?; contádmelos a mí si queréis”
El jefe de los coperos le refirió: “En mi sueño tenía ante mí una vid con tres sarmientos que estaban como echando brotes, subían y florecían y maduraban sus racimos. Tenía en mis manos la copa del faraón, y tomando los racimos los exprimía en la copa del faraón y la puse en sus manos”. José le dijo: “Esta es la interpretación de tu sueño: Dentro de tres días el faraón te devolverá tu trabajo de copero y podrás volver a poner la copa en sus manos como hacías antes” y añadió: “Acuérdate de hablar bien de mí al faraón para que me  saque de la cárcel pues he sido injustamente condenado

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